Historias de noche by J. A. White

Historias de noche by J. A. White

autor:J. A. White [White, J. A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Infantil, Juvenil, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2018-07-24T00:00:00+00:00


* * *

Cuando se metió por fin entre las sábanas, a Alex le dolía todo el cuerpo, aunque estaba de buen humor. Quedaban unas cuantas manchas que habría que seguir frotando por la mañana, pero, aparte de eso, el apartamento había regresado a su estado previo al ataque de las crías de vaina.

Cerró los ojos y pensó en las llaves de Natacha. «No las suelta ni un momento. ¿Cómo podría quitárselas?». Consideró distintas ideas en su mente, en busca de algo que diera resultado. Era como decidir lo que iba a ocurrir a continuación en una de sus historias.

«¿Y si intento robárselas sin que se entere?».

Lo descubriría seguro.

«¿Mientras esté durmiendo?».

La bruja cerraba su habitación con llave por las noches, de modo que no era posible. Necesitaría una llave para conseguir la llave.

«¿Y si uso algún artilugio mágico de las estanterías?».

Supuso que no serviría de nada. Había manipulado unos cuantos mientras limpiaba, y no percibió magia en ninguno de ellos. Si fuera un brujo, tal vez podría…

«¿Por qué te lo piensas tanto? —le dijo la voz de su hermano mayor—. Dale un sartenazo en la cabeza y se acabó».

Aquel plan presentaba otra serie de problemas. ¿Y si fallaba el golpe? ¿Y si ella no perdía el conocimiento como esperaba? ¿Y si Lenore se lo impedía?

Era demasiado arriesgado.

Le hubiera gustado comentar sus ideas con Yasmin. Ella conocía a Natacha y el apartamento mucho mejor que él.

«Pero ¿puedo confiar en ella?».

Lo cierto era que no lo sabía. Evidentemente, la niña había sufrido varias experiencias traumáticas durante su estancia, y Alex recordaba lo que había dicho acerca de ver el terror reflejado en los ojos de sus amigos. «Tuvo que haber otros prisioneros antes que yo, y por eso le da miedo enfrentarse a Natacha, porque sabe de primera mano lo que sucede cuando la desafías». Si le contaba su plan, Yasmin podría chivarse en el acto para no ponerse en peligro.

«Sin embargo, no me queda más remedio que hablarlo con ella. No puedo hacerlo solo».

Se volvió hacia el otro lado, demasiado agotado para seguir pensando en ello. Aun así, tampoco fue capaz de dormir. Se estremecía de miedo al preguntarse si algún amigo de Yasmin habría ocupado esa misma litera, la de arriba o la de abajo. «¿Y la niña misteriosa que escribía en los libros? ¿También durmió aquí? ¿Y si no escapó nunca? ¿Y si Natacha entró una noche en la habitación y se la llevó a rastras…?».

Entonces oyó un ruido.

Se incorporó en la cama, espabilado de golpe.

—¿Quién anda ahí?

El sonido no cesaba. Alex posó los pies descalzos sobre el frío suelo de madera y examinó el cuarto con atención. El rumor venía del armario. «A Natacha se le habrá escapado alguna de las crías de vaina», supuso. A falta de un arma mejor, cogió una de sus zapatillas (que seguía estando pringosa de tripas de bicho) y se encaminó hacia allí con sigilo.

Una vez ante el armario, reunió el valor para abrir la puerta a toda velocidad y sorprender así al intruso.



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